Wednesday, May 09, 2012

BASADO EN UNA HISTORIA REAL

Promediaba mis 18 y finalmente estaba terminando esa pesadilla adolescente, esa tortura inhumana llamada la secundaria. Por alguna razón que nunca logré comprender estábamos asistiendo a una entrega de premios a los  egresados, sin recordar yo haber participado de ningún tipo de competencia o más aún, sin haberlo deseado jamás. Tampoco recuerdo bien cómo era que estaba asistiendo a ése evento; mi memoria es difusa sobre ésos tiempos oscuros, y evidentemente prefería encerrarme en mis propios mundos mentales con el soundtrack al palo de la Rock And Pop en mis oídos antes que atenerme a la realidad.
En el escenario, el encargado del Departamento de Educación Física (así, con mayúsculas, ya que la importancia de esta enseñanza en nuestra formación tenía una presencia imponente, comparable sólo a la del bigote del conferencista) nombraba los apellidos de mis compañeros de clase, todos jóvenes privilegiados por genes a prueba de balas capaces de mantener una estructura corporal inalterable. A mí la vida me había dado otra cosa; me había declarado una especie de Benjamin Buttons de los países emergentes, con genes que se alterarían a medida que pasara el tiempo, mejorando con los años como un buen vino o un crédito en cuotas fijas. Pero en ése entonces era una maciza topadora de carne, alta y ancha casi por igual, capaz de transpirar girando las páginas de un libro, incapaz de correr 40 metros sin sufrir de una afección pulmonar (que no es asma!) y ni aún así, demasiado rápido. Hasta ése momento las clases de gimnasia (sí, aún ahí me atrevía a ponerles ése rebelde diminutivo, incluyendo la minúscula) eran una materia casi pendiente entre mis calificaciones; había, sí, hecho algunos méritos y competido en olimpíadas intecolegiales lanzando cosas por el aire con escasa eficiencia. El segundo al mando en el Departamento de Educación Física siempre comentaba que uno podía destacarse con el metro, el cronómetro o no me acuerdo más qué. Hoy ése personaje goza de un cierto prestigio como comentarista deportivo de Handball bajo el mismo apodo que tenía en el recinto escolar: el Profe. Pero en ÉSE momento, estaba sentado en el escenario, escuchando pacientemente las palabras de su Superior.
El caso es que éste pilar de la preparación física, éste Fernando tocayo que tenía en común conmigo sólo el nombre, termina su entrega de méritos felicitando a un alumno que había hecho todos los esfuerzos por sobreponerse a sus limitaciones y completar el año de forma, como mínimo, satisfactoria. De más está decir que las últimas dos palabras del discurso coincidían con la primera y la última que están escritas en mi DNI.
Me levanté de mi asiento, entre sorprendido y asustado. Caminé como en sueños hasta el escenario y subí a aceptar con una fría sonrisa una barata medalla de plomo con mi nombre, ése mismo nombre que habían mencionado segundos antes, rayada con una llave sobre su superficie.
Me volví para ver a todo el colegio aplaudirme. Sonreí un poco más y me apresuré a bajar del escenario mientras los aplausos se apagaban de a poco, sin saber bien qué decir.
Nunca me habían dicho "gordo inútil" con tanta elocuencia.

Quehijodeputómetro: QUÉ...!

Wednesday, May 02, 2012

GHOST IN THE SHELL...

Me vibraba la pierna.
No, esperen.
Vamos de nuevo...
(...)
Me vibraba la pierna.
(Mierda!)
Me VIBRA la pierna. Aunque hoy lo noté menos, o casi no lo noté. No es un tic, no es un espasmo muscular. Me vibra la pierna, del lado donde siempre pongo el celular, que lo tengo constantemente en silencio. O sea, me vibra la pierna como si alguien me estuviera llamando. Siempre. A toda hora. Aunque tenga el celular sobre la mesa del living y yo esté en el baño. Aunque esté en calzoncillos, sin posibilidad de sostener ni una moneda de 10 centavos con el elástico del boxer. Es el fantasma del celular. Leí en algunos lados (y lo vi mucho en las películas y series americanas) del síndrome del "miembro fantasma", creo que lo llaman. Es cuando uno pierde una extremidad y sin embargo siente que le pica el aire, como si ése miembro aún estuviera ahí. Será lo mismo? Me picará la falta de celular en la pierna?

"Te llamo en un rato, me estoy quedando sin nafta..." 

Creo que esa es la única razón por la que podría estar en contra del proceso CYBERPUNK que las novelas de ciencia ficción (y los nerds unidos alrededor del mundo) tanto quieren imponer; el hecho de unificar cuerpo y tecnología como siguiente paso en la era tecnológica. La idea es tentadora y evidente, en realidad. Tenemos aparatos que llevamos siempre con nosotros encima que lo hacen todo, o casi todo, por uno. Nos comunican, nos dicen quiénes están cerca o lejos, qué temperatura hace, qué hora es, dónde está el restaurante con descuento más cercano y cómo llegar hasta ahí. Todo en un pequeño pedazo de plástico del tamaño de nuestra palma. Sería muy idiota pensar que NADIE NUNCA dijo: "hey, vamos a poner un par de chips debajo de nuestra piel en el brazo que haga todo esto y más! Estoy podrido de perder el celular". El chip debajo de la piel es una idea increíble. Pero me vibra la pierna, y lo odio. Hay un director de cine en Canadá que, al perder un ojo, decidió colocarse uno de plástico con una cámara dentro para grabar todo lo que ve. Hay personas que sólo pueden comunicarse mirando una pantalla y moviendo un cursor con los ojos (con los ojos!) y eso les salvó la vida. Miembros y prótesis mecánicas conectadas con el cerebro por cables que funcionan casi como un brazo de verdad. Actualizaciones humanas versión 3.0. La panacea de los soñadores futuristas como yo. Pero me vibra la pierna. Me acuerdo cuando era chico, cuando estaba en el colegio. No había celulares, la tecnología más avanzada era una computadora con 512 de Ram. Después de un par de horas sentado en los pupitres, después de escribir en mis arcáicos cuadernos de hojas agujereadas con una pluma de cartucho de tinta, tenía la misma sensación: no era un escalofrío por la columna, porque el escalofrío se mide (mal que mal) por su temperatura; era más bien un recorrido, como sentir una rata caminando dentro de mi médula, un cosquilleo incómodo y horrible que hacía que me tuviera que parar y caminar un poco. Erguir la espalda. Ser más humano. Y ahora me vibra la pierna. Qué va a pasar cuando tengamos que descargar actualizaciones para nuestros órganos artificiales? Cuando se nos cuelgue un riñón, por ejemplo? Cuando se tilde el brazo izquierdo con un error de sistema, o el corazón nos tire un blue screen? Si ni siquiera puedo lograr que mi laptop reconozca los parlantes integrados después de instalarle (finalmente!) el Windows 7...


Hijodeputómetro: QUÉ...!